Monday, April 4, 2011

El comercial

Julio era un carismático venezolano estudiando chino en Shanghái. Sus tardes libres las pasaba haciendo planas de nuevos caracteres chinos y jugando basquetbol con algunos compañeros del campus. La vida fue buena con Julio, además de ser un buen estudiante y gran amigo era, cabe mencionar, pura carita.

Es gracias a su atractivo físico que en alguna ocasión, una compañera le propuso una manera de hacer dinero fácil y rápido. Y no, no era ser acompañante.

Un dato poco conocido por los expatriados en Shanghái es que, como extranjero, es muy fácil conseguir un trabajo de modelo o extra en comerciales, películas y anuncios publicitarios. Lo único que tienes que hacer es tener buen oído y hacerte de amigas chismosas. O bien registrarte en una agencia. (El requisito de belleza física no es necesario mencionar ya que de mi aquí a tu allá, pura hermosura). En el caso de Julio, la primera opción bastó. A los pocos días se encontraba en camino a un estudio fotográfico en las afueras de la ciudad, vistiendo su mejor camisa y encantando hasta al mismísimo taxista.

Una vez en el estudio, Julio fue recibido por una amigable china con mal inglés y su ayudante. “Por aquí, gracias. Por allá, gracias. Aquí gracias, fotografía, gracias”. Tras unas cortinas, Julio fue llevado a un amplio salón de juntas en donde para su sorpresa, esperaban tres guapas extranjeras de procedencia europea, y una de ellas sería la afortunada elegida para compartir foco con Julio en el comercial. Tras una corta ronda de saludos y presentaciones, la china traductora que no hablaba inglés se propuso a explicarles la idea del comercial.

“Es para una compañía que hace y distribuye muebles en el país. Necesitan dos extranjeros blancos que a vender ayuden los muebles para la compañía, necesitan dos extranjeros que bailar puedan, gusta bailar salsa, por favor, por aquí, vestidos, maquillaje, gracias”. La idea no fue difícil de entender, necesitan dos extranjeros que bailen salsa para vender muebles. El hecho de que la idea era pésima no preocupó mucho a Julio, la paga era buena y las chicas estaban muy guapas. Sería un buen día.

Una vez vestidos y maquillados, fueron llevados uno por uno a hacer una prueba de lentes para las cámaras. “Aquí pararse, gracias, por favor, cámara, piensa en agua, piensa en gran afuera, hay agua, hay montañas, mucha paz, por favor, gracias”. Julio pensó en agua, pensó en gran afuera y en montañas, hizo su mayor esfuerzo para no parecer confundido. Fue todo un éxito. Una hora después, cuando la prueba con las chicas había terminado, Julio fue llamado una vez más al centro de las luces en dónde una linda italiana lo esperaba con un vestido que parecía más bien de lechera holandesa.

“Gracias, por favor, ahora baila salsa, caliente muy caliente, pero respetuoso, cerca pero lejano, gracias, por favor”.

Julio no dejó ver el gran signo de interrogación plantado en su frente y con mucha destreza y agilidad comenzó a tararear una melodía y a moverse un rico ritmo de salsa, la linda italiana lo imitó sin problemas y casi inmediatamente gritaron “Corte”.

“Por favor, baila salsa, entiende salsa, caliente, gracias”.

“Pero, disculpe, así se baila salsa, esto es salsa” dijo Julio, un poco ofendido por
la interrupción y el intento fallido de aclaración. “No, no, queremos salsa, usted entiende, salsa es caliente, es sexy, la chica necesita bailar el vestido”. “¿Bailar el—que?”, “El vestido, bailar, mucho aire, gran afuera, viento y montaña, salsa caliente, gracias”.

El director, que hasta ahora había permanecido sentado en las sombras detrás de las cámaras hizo su aparición gritando como verdulero, aparentemente cansado de la falta de profesionalidad por parte de los actores. Julio, quien manejaba un chino decente, logró entender algunas palabras como “inútil”, “pasto”, “esto no es un juego”, “pasto”, “dice que es latino y no sabe bailar salsa” y algo que sonaba muy parecido a “pasto”.

Así continuaron sin éxito, bailando y cortando durante el siguiente cuarto de hora, cambiando de pareja de baile para Julio para ver si así se resolvía el problema, bailando y cortando nuevamente.

“Por favor, vamos a una vez más, nosotros ayudamos, con las manos, vamos, gracias”. Una vez más, va de nuevo, acción. De pronto, mientras Julio se preparaba para mejorar sus pasos de salsa, los chinos del equipo de grabación comenzaron a aplaudir a destiempo, algo muy molesto, bastante inútil y que únicamente lograba distraer a los extranjeros.

“Perdone señorita, esto de aplaudir, en realidad no es necesario, yo sé muy bien cómo bailar salsa, si me permite intentarlo una vez más…” inquirió Julio pero fue inmediatamente interrumpido por algo que no podía ser otra cosa que la palabra “pasto”. “Gracias, no, director piensa que su salsa no es caliente, director necesita que ustedes miren una película, así queremos salsa, caliente”, y la traductora los acompañó de vuelta al salón de juntas en donde conectaron una computadora portátil al proyector y comenzaron a pasarles una escena robada de una película.

¿Qué película era esta, me preguntan hermanos de la incertidumbre? Yo les contestaré, era la escena del baile en el patio del clásico de Antonio Banderas “El Zorro” en donde, así es amigos míos, definitivamente no están bailando salsa.

“Así, así queremos, salsa caliente, entiende ahora, por favor, gracias, vamos a bailar salsa”.

Indignado, enfurecido, ofendido y horrorizado, Julio levantó los puños al cielo. “Te odio Antonio” gritó, antes de voltear a ver a la amable traductora, “Esto NO es salsa, esto ni si quiera es paso doble, ni si quiera es tango, es una mezcla sin gracia de dos actores que no saben bailar, ¡Esto NO es salsa!”.

“Pasto” se escuchó gritar a alguien de vuelta en el estudio. “Si, así por favor, la compañía necesita baile así, para muebles vender bien, si por favor, imitar puede, gracias nosotros aplaudimos”.

“¡Tampoco es flamenco!” gritó desesperado nuestro héroe venezolano.

“Gracias, sí, flamenco también, todo junto, así como Antonio, bailemos como Antonio, es caliente” “¡Pasto!” se escuchó a lo lejos.

Julio pensó en el dinero, se concentró lo más fuerte que pudo en la dulce cara de Mao que pronto llenaría sus bolsillos y se tragó todo su orgullo latino. Vamos, como Antonio, pues. Una vez elegida la europea, la linda italiana, Julio continuó con su trabajo, imitando a Antonio como mejor le daba a entender su confundido cerebro y sus cansadas piernas.

“Bien, así, muy bien, gusta mucho, mucho caliente, vamos bien, es caliente, gracias, mucho gusta, por favor”.

Como tacos de berenjenas agridulces, como pique macho con jengibre, como buen corte de carne como plato compartido al centro de la mesa y tres chinas queriendo mordisquearlo con palillos, como comerse la sopa después del guisado, como ponerle mayonesa a la fruta en lugar de yogurt, como salsa-flamenco-tango-hollywood-paso doble, Julio vio claramente el resultado de la mezcla china y latina, no sabiendo sin sentir miedo, tristeza o una risa insoportable, pensó en los restaurantes chinos en Latinoamérica dónde seguramente sirven tortillas en lugar de arroz, Mirinda en lugar de té, arroz con leche en lugar de frijoles dulces y dónde las personas le ponen salsa habanera a los tallarines y salsa agridulce al arroz frito.

La venganza es dulce. Es agridulce. Con los bolsillos llenos y el corazón ligero, Julio pasó todo el día siguiente saludando de beso a todas las chinas con las que se topaba, dando fuertes apretones de mano a todos los chinos que saludaba y pidiendo azúcar para endulzar el té que le ofrecían.

Gracias Antonio, pensó Julio, me has dado una razón más para ser feliz, en este momento algún chino en Venezuela ha de estar filmando un comercial en el que le piden que haga kung-fu como hacían los samuráis y gritando “pasto”.

Buscando casa

Somos muchos los latinos que formamos parte de la comunidad de expatriados en Shanghái. La gran mayoría nos hemos visto en la necesidad de rentar un departamento. Pocos de nosotros, sin embargo, lo hemos tenido que hacer “a mano”.

A continuación presento una pequeña colección de anécdotas, cortesía de algunos estudiantes de chino y empleados enviados a la gran ciudad desde su país nativo, sobre la experiencia de rentar un departamento de chinos.

Carlos:
Era una situación de extrema urgencia, la visa de estudiante de Carlos terminaba pronto y necesitaba un documento que sólo podría tramitar después de haberse registrado en la oficina de policía más cercana, y para eso, era necesario un contrato de renta de departamento. A través de una agencia de bienes raíces, Carlos se aventuró en la jungla de edificios buscando un lindo lugar para llamar hogar. Al entrar al primer departamento del día, Carlos estaba casi convencido. Era amplio y acogedor, tenía una linda vista y el precio era menor a su presupuesto. A punto estaba de aceptar cuando al entrar a la recámara vio que el esqueleto metálico de la cama sin colchón tenía un gran agujero en el centro. El agente de bienes raíces le aseguró, sin embargo, que una vez comprado el colchón, el hoyo ni se sentiría. Le explicó que el casero, para ahorrarse un dinerito, había comprado todos los muebles de segunda mano a un hospital en remodelación. Las mesas, las sillas, los sillones y la cama provenían de los cuartos de pacientes sin posibilidad de levantarse y con repentinas ganas de ir al baño cada diez minutos.

María:
Después de haber visitado por lo menos diez departamentos en un solo día, María estaba exhausta y no quería saber más del asunto, pero accedió a visitar uno más que el agente de bienes raíces recomendaba altamente. La casera misma les abrió la puerta y los acompañó al recorrido mandatorio de las habitaciones para mejor vender su inversión. Lamentablemente para la casera y sus intenciones, casi todos los muebles del departamento estaban rotos o desmoronándose. La mesita de la sala, María estaba segura, se colapsaría al colocar encima la más ligera de las revistas, a lo que la casera contestó con un “Pues hija no pongas nada encima y ya”. La recámara no tenía aire acondicionado o calefacción, a lo cual la casera contestó con un “Pues hija cuando haga calor no te pongas mucha ropa y cuando tengas frío no te quites el abrigo y ya”. Las puertas del clóset no abrían bien y una vez abiertas, se atoraban y era imposible abrirlas nuevamente, a lo que la casera contestó con un “Pues hija, cuando te mudes nada más no saques tu ropa de las maletas, pero no pongas las maletas sobre la cómoda porque tiene una pata floja y se puede desmoronar”.

Rubén y Georgina:
Eran una linda pareja de mexicanos que se mudaban a China para aprender el idioma y así perfeccionar su perfil profesional de licenciados en comercio internacional. Que sensacional. Con un corto presupuesto pero muchas ganas de comenzar su nueva vida, la pareja se decidió en rentar un humilde departamento que requeriría de muchas renovaciones, pero estaban felices. A la hora de firmar el contrato y llegar a un acuerdo final con el casero, Rubén y Georgina se sorprendieron al ver que el agente de bienes raíces, al parecer, pretendía escribir el contrato completo y dos “copias originales” a mano, tarea que le llevó poco más de dos horas completar, y finalmente, justo antes de que todos firmaran, informó a la pareja que ahora lo único que necesitaban era pagar dos meses de renta como depósito, tres meses de renta como adelanto, el 35% de un mes de renta como tarifa de la agencia, más los gastos de transporte y un pequeño deducible para su comisión. Además de que el casero se había tomado la libertad de comprarles una vajilla nueva y un juego de sábanas amarillas con estampados de ovejitas de caricatura espantosas que les pretendía cobrar con precio de importación. Rubén y Georgina se despidieron amablemente y salieron de la agencia derechito a los dormitorios de la universidad.

Jorge y Moisés:
Dos nuevos amigos, un argentino y un español, decidieron mudarse fuera de los dormitorios de la universidad para tener mayores libertades y más espacio personal. En la búsqueda de departamentos se toparon con uno que, si no logró que se arrepintieran de la idea, sin duda los hizo pensar dos veces antes de tomar la decisión final. Tras un largo día de visitas a edificios extraños, el agente de bienes raíces que habían encontrado a la carrera los llevó al piso 13 de un edificio casi en ruinas. Al abrir la puerta lo primero que vieron fue un gran letrero en chino hecho con letras de unicel pegado a la pared que leía el nombre de alguna compañía que sin dudas, había quebrado. “Ah sí, el departamento solía ser una oficina, en realidad no tiene recámaras, pero el casero está dispuesto a poner una cama en cada habitación”. El yeso de las paredes estaba regado por todo el suelo y pedazos del techo se habían caído ya, focos colgaban como tristes adornos navideños olvidados y el olor a gato reinaba. “Es que ha estado desocupado un largo tiempo, pero no se preocupen, el casero está dispuesto a darle una limpiadita, un par de focos nuevos y listo, como nuevo”. Al llegar a la cocina, sin embargo, Jorge y Moisés notaron un extraño patrón de manchas marrones a lo largo del piso y hasta la pared. “Ah sí, eso no es sangre, no lo es, no señor”. Los dos amigos salieron corriendo del edificio a buscar el Century 21 más cercano.

Las Cubetas de Ming

Claudia compartía departamento con una chinita llamada Ming, las razones por las cuales decidieron vivir juntas eran en su mayoría, económicas, aunque Ming disfrutaba de practicar su inglés con Claudia quien al mismo tiempo, practicaba su chino con Ming. A pesar de su distinta procedencia (China y Ecuador), y de no tener mucho en común, la convivencia nunca fue mala.

Ming, sin embargo, tenía una costumbre que Claudia no lograba comprender y, para ser franca, le molestaba un poco: Ming se metía al baño con dos cubetas pequeñas cada vez que tomaba una ducha y al salir, todo el piso del baño quedaba inundado formando un pequeño charco que encantaría a una docena de patitos. Cada vez que Claudia entraba al baño después de Ming era recibida con un sonido encharcado que empapaba sus pantuflas de rinoceronte.

Un dato curioso sobre el baño que compartían era que tenía tres lavabos, uno dentro de la regadera, uno bajo el espejo y otro junto a la puerta. La razón, desconocida. Tal vez el arquitecto tenía una visión vanguardista, tal vez era un maniaco de la limpieza. Tal vez era pez. La realidad era que tenían tres lavabos y Claudia no sabía qué hacer con ellos. Aparentemente Ming tampoco, si además necesitaba el apoyo de dos cubetas de plástico para mejor cuidar su higiene personal.

El porqué de las cubetas era un misterio para Claudia y cada teoría que se le ocurría era más improbable que la anterior. ¿Acaso lavará su ropa en la regadera? ¿Será para remojar sus calcetines? ¿Por qué siempre queda el piso empapado? Tal vez se remoja los pies mientras se lava los dientes. Tal vez es acuario. Quién sabe. Claudia nunca tuvo el valor de preguntarle, para cuestiones personales era muy reservada. Recordaba con horror aquél día en que Ming le preguntó para qué servía un tampón: “Es que en la escuela no nos enseñan eso y mi mamá siempre decía que donde no pega el sol no caben preguntas”.

Muchas veces rumbo a la escuela, Claudia pasaba frente a unidades habitacionales muy humildes, en donde las personas se acuclillaban frente a llaves de agua con cubetas y se ponían a tallar su ropa en las banquetas. ¿Acaso eso es lo que hacía Ming? Tallar su ropa en el piso del baño, podría tener sentido. Pero no, ellas tenían lavadora y Ming compraba detergente por toneladas y parecía beberse el suavizante.
En alguna ocasión caminando frente a un mercado Claudia notó varios chinos con cubetas llenas de pescados y tortugas vivas, pero no, eso definitivamente no podría ser. ¿O será que…? No, definitivamente no.

Los años pasaron y las chicas se despidieron, Claudia nunca le preguntó a Ming sobre las cubetas y su curiosidad disminuyó lentamente hasta desaparecer por completo.
Muchos años después, ya graduada y trabajando, Claudia conoció a un agradable chino llamado Cai, quien durante una conversación sobre diferencias culturales tocó el tema de las cubetas para bañarse. “Por favor, explícamelo todo ya”.

Los chinos hasta hace unos años no tenían regaderas, no conocían lo que era darse un baño, la manera de limpiar su cuerpo era con cubetas y telas que usaban para trapearse la mugre. Suena poco práctico, lo sé, pero era la costumbre. Cuando aparecieron las regaderas a muchos les pareció una manera increíble de gastar agua, la posición era demasiado erguida y se sentían en evidencia. Yo creo que tu amiga Ming creció acostumbrada a bañarse en cuclillas, y de ser así, lo más probable es que lo hiciera fuera de la regadera, en donde supongo, habría más espacio para las cubetas.

Así fue resuelto el misterio, lo que Claudia pensaba era una falta de respeto por parte de su compañera de departamento era más bien, una más de aquellas costumbres chinas que no dejan de sorprender a su humilde narrador. Una manera de ahorrar agua.
“Y yo que pensaba, después de todos estos años, que sólo eran ganas de chingar”.
Amigos, si su compañero de departamento se mete al baño con cubetas, no desesperen, la cuenta de agua llegará barata. Ahora que si su compañero de departamento talla su ropa en el piso del baño, o se remoja los pies mientras se lava los dientes, o gusta de poseer mascotas marinas, entonces no es una diferencia cultural. Son sólo ganas de chingar.

Sunday, March 27, 2011

¡Cárgame!

Segunda historia de la colección "La Apuesta"

¡Cárgame!

La siguiente es la increíble y triste historia de Rolando, víctima número 633337829384675 del mal comúnmente conocido como “un noviazgo Shanghainés”. Pocos hemos estado en su lugar, por eso pido al lector, la más humilde reserva de juicios, por lo menos hasta el final de la historia, cuando de juzgar se trate.

Aquellos que estamos familiarizados con los estereotipos chinos comprendemos bien que la idea de cortejar a una nativa de Shanghái es, y lo escribo con el mayor tacto posible, valiente. Valiente a lo mosquetero. Valiente a lo guerrero águila, jaguar y elefante. No quisiera herir susceptibilidades, pero creo no tener opción, es un dato conocido que las mujeres shanghainesas son difíciles, malhumoradas, volubles, explosivas y quien diga que todas las mujeres somos así que venga y me lo diga en la cara el muy hijo de su chingada.

Por cierto, ¿alguna vez han visto en Youtube el video de la mujer Shanghainesa que se metió a probar un coche en una agencia y obligó a su novio a comprárselo haciendo berrinche y amenazándolo con atravesar las ventanas con el coche y dejarlo ahí para cubrir los gastos? Es buenísimo.

Los chinos tienen un dicho. Si de buscar marido se trata, ve a Shanghái, donde los hombres son mansitos y mandilones (¿a quién no le gusta comerse sólo el migajón del pan?). En cuanto a buscar mujer, el norte es preferencial, y evita Shanghái a toda costa. ¿Por qué?

Preguntémosle mejor a Rolando, quien nos regala la corta historia de su noviazgo con Ying, o más lindo aún, la historia de su corto noviazgo con Ying.

Un claro día de Abril, Rolando e Ying se paseaban de la mano a lo largo de la calle Nanjing, la famosa avenida de luces y rascacielos que vemos en los primeros resultados al escribir “Shanghái” en Google. El clima parecía querer animar el romance con una fresca brisa acompañada del brillante sol de mediodía y la pareja enamorada era objeto del canto de los pájaros y el griterío de los vendedores de bolsas de imitación.

Rolando miraba a Ying con cariño, qué afortunado era al haber encontrado a una china de disposición tan dulce, tan cariñosa y amable con todas las criaturas de la creació—

“¡Cárgame!”

La orden pronunciada por una voz familiar sacó a Rolando con violencia de sus pensamientos y al darse la vuelta vio a Ying parada, con los brazos cruzados, en medio de la avenida, unos cuatro o cinco pasos atrás de él.

“¿Perdón?” Inquirió Rolando, la pregunta del millón de yuanes.

“Quiero que me cargues, estoy cansada” Y así, sin decir más, Ying se quedó cruzada de brazos sin dar un paso más.

Pobre Rolando inocente, al escuchar el razonamiento de su chica no pudo contener la más mínima carcajada, qué bromas haces Ying, me matas de risa, ándale vámonos que se nos hace tarde para le película, contestó nuestro héroe, pero las últimas palabras fueron evaporadas al salir de su boca por la incandescente mirada de Ying.

“¡Te dije que quiero que me cargues! ¡Estoy cansada!” Y la gente empezaba a fijarse, algunos transeúntes que pasaban a su lado caminaban más despacio, atentos a lo que sucedería, hombres y mujeres por igual conscientes de que el pobre Rolando, de no aceptar, estaría cavando su propia tumba. “¡Además es romántico!”

Mirando de un lado a otro, pobre Rolando comenzaba a preocuparse, en realidad está hablando en serio, se dijo a sí mismo. Quiere que la cargue, y dice que es romántico, pinche loca.

“Si no me cargas, si no me cargas Rolando Augusto Jerónimo Benavides del Río, ¡no me volverás a ver jamás en tu vida!” Gritó Ying, sus lágrimas invisibles rodaban por sus mejillas carmesí (disculpen el nombre telenovelesco, extraño Televisa).

“No digas eso Ying, mira vamos a sentarnos un rato para que descanses un poco y luego te llevo a tu casa, olvidémonos de la película” sugirió tentativamente Rolando, pero la única respuesta que recibió fue un chillido agudo como de cerdito en el matadero y pataleadas infantiles cuya imagen mental me llena de nostalgia (¡quiero un helado de Santa Clara quiero un helado lo quiero lo quiero y lo quiero ahora!).

“Ya te lo dije, o me cargas, o adiós para siempre Rolando”.

Y hermanos míos, a chillidos de cerdito, oídos de chicharronero.

Nuestro héroe haciendo una seña detuvo un taxi, hizo un saludo militar con la mano en la frente y se despidió de Ying para siempre. En el trayecto de vuelta a la universidad no paró de carcajearse. A partir de ese momento y por el resto de su vida, Rolando recordará a Ying con cariño y sobre todo, simpatía.

Claro, hasta que dos semanas después recibió una llamada de la pequeña sicópata diciéndole que estaba lista para aceptar sus disculpas y olvidarlo todo en cuanto él tuviera los pantalones para ir a buscarla, poco hombre. No hay nada que excite más a un ex novio.

Había prometido el final de la historia como momento del juicio, pero justo ahora yo tampoco puedo dejar de sentir simpatía por Ying. Sin personajes como ella, ¿qué sería de nuestras vidas? Llevo muchos años viviendo en esta pintoresca ciudad y sinceramente puedo decir que Shanghái no sería lo mismo sin los berrinches urbanos y las cachetadas para el deleite público de las cuales, las chicas nativas de Shanghái, son expertas.


Los Paramédicos

Primera historia proveniente de la colección "la apuesta".

Los Paramédicos

Josefina estaba a punto de graduarse de una licenciatura en chino. En el último año de su carrera encontró un espacio en un restaurante que le serviría como servicio social, necesario para su graduación. El restaurante era, como es necesario dar a entender para la mejor comprensión de la historia, muy elegante. De aquellos que compañías mandan cerrar para su exclusivo uso y pagan una cuenta de varios “wan”, es decir, varios diez miles.

Siendo extranjera, y estudiada en cultura china, Josefina fue bienvenida con los brazos abiertos. El trabajo le gustaba y eso la hacía aún mejor en sus deberes.

El gerente era una persona carismática e inteligente que manejaba siete idiomas, y lo más importante, cuando era absolutamente necesario, fío y calculador. Josefina se sentía la persona más afortunada del mundo al trabajar con tan admirable persona.

A los pocos meses de comenzar a trabajar en el restaurante, Josefina ya había visto mucho de lo que, casi todos ignoramos, pasa tras bambalinas mientras todos están cenando cómodamente. Situaciones que, si no son manejadas con mucha delicadeza, pueden costar al negocio uno o más clientes.

En esta ocasión, Josefina nos regala una divertida anécdota para compartir con los amigos, o en mi caso, para extrañar más a mi país en donde “esto no pasa”.

Una fría noche de invierno, la mitad del restaurante, que a partir de ahora y para evitar conjeturas, llamaremos “Restaurante Caro”, hacía de anfitrión a una compañía china-japonesa que celebraba algún gran evento. La otra mitad del restaurante, separada por una bonita cortina, estaba ocupada por el resto de los clientes de la noche. Los invitados de la compañía eran, en su mayoría, chinos muy bien vestidos y con modales impecables. En su minoría, sin embargo, uno que otro confundido que imaginemos, pensaba que estaba cenando en el Hot-Pot del vecindario.

Entrada ya la noche y tras varias rondas de cocteles, los invitados la pasaban de maravilla. Claro, después de haber matado el hambre de invierno con platillos de requesón, manteca y vino, y siendo vino lo que más abundaba, es fácil comprender la dicha. En cuanto al equipo encargado de mantener dicha dicha, no se diga más, hacían verdaderamente un excelente trabajo. Todo marchaba sobre ruedas.

O al parecer, así era.

Para los latinos que hemos compartido una velada con amigos y colegas chinos, es conocido que en cuanto a beber se trata, los chinos por lo general beben en potencias de diez sin importar cuándo y dónde. Es parte de la hospitalidad china. Los latinos reservamos nuestro “salud” para pronunciar una o dos veces en situaciones sociales, a menos claro, que nuestro objetivo sea terminar las reservas de alcohol del planeta, para lo cual nuestro “salud” viene y va de boca en boca. En “Restaurante Caro”, sin embargo, esto casi nunca sucede, ya que los invitados prefieren mantener la etiqueta a lo largo de la velada.

Pero basta ya de dar vueltas al asunto, volvamos a nuestro pobre confundido. Sí, aquel invitado que se embicaba las copas de vino sin soltar la botella con la otra mano, sirviéndose y al prójimo más cercano una vez vacío lo que en su cabeza era sin duda, un vasito de plástico (como los que te dan en el Hot-Pot).

Josefina observaba fría y calculadora, algo que había aprendido de su mentor el general-- el gerente. Los meseros presenciaban la escena entretenidos, despreocupados, sin imaginarse lo que nublaba la mente de Josefina, lo que ella sabía sucedería en cualquier momento…

Y sin más preámbulos, nuestro pobre confundido cae inconsciente sobre la mesa, inconfundiblemente borracho.

Lo siguiente sucedió en cámara lenta: al caer el confundido se produjo lo que se conoce como “el efecto dominó”. Una chica grita al ver el cuerpo inerte de su colega, tirando la copa de vino de la mano de la persona sentada junto a ella, quien al levantarse de un salto, golpea la silla del caballero sentado a su lado, quien al sentir la mínima pérdida de balance, devuelve toda la cena sobre su plato y el de la dama a su lado.

Lo siguiente sucedió en cámara rápida: el gerente, Josefina y cinco meseros pálidos como la nieve se abalanzan sobre las cortinas que separan las dos mitades del restaurante y las cierran de un jalón. Una vez hecho esto, regresan a su velocidad normal y se dirigen a atender a los confundidos. Para ocasiones como ésta, tenían ya ensayados tres pasos básicos de emergencia.

Primero, reparar los daños. Se trapea y se barre. Se cambian los cubiertos y manteles, se remueve el borracho de la mesa. Se prenden velitas.

Segundo, distraer la atención. Se coloca al borracho tras bambalinas, los invitados continúan con su velada, riendo con incomodidad. Se sirve el postre de helado y galletitas (a 150RMB el plato).

Tercero, lavarse las manos hasta que queden bien limpiecitas, es decir, se llama a la ambulancia, ¿Borrachos? ¿Cuáles borrachos? Aquí no pasó nada.

Josefina queda como encargada del pobre confundido mientras llegan los paramédicos y “Restaurante Caro” continúa siendo nada más que un restaurante caro sin eventualidades. Después de unos cinco minutos llegan los paramédicos.

Esto parecería ser el fin de nuestra velada en “Restaurante Caro”, de no ser por una sencilla cuestión. ¿Sabías que en China, los paramédicos no usan camillas? No, no lo sabías. Los paramédicos requerían de un mantel para llevarse al confundido a la ambulancia y Josefina incrédula, por primera vez en su vida, se dijo a sí misma algo que nunca jamás pensó diría: esto en México no pasa…

Los paramédicos envolvieron al pobre confundido en un mantel viejo y Josefina los acompañó al estacionamiento. Desafortunadamente habían estacionado la ambulancia frente a la entrada principal y fueron obligados a salir del edificio por la puerta trasera, algo sumamente obvio ya que cargaban entre ellos (uno mordiendo un cigarro encendido), a un hombre rebotando dentro de un mantel. Dicho desvío, sin embargo, los molestó. Al llegar al estacionamiento, los malhumorados paramédicos colocaron al hombre mantel en el piso y se fueron a recoger el vehículo. Josefina, que todavía no podía producir sonido alguno, se quedó a hacerle compañía al señor mantel mientras regresaban sus héroes al rescate.

Y aquí nos despedimos de Josefina y nuestro amigo confundido. Ha sido un placer compartir esta historia ajena con el frío ciberespacio, y recuerden, si hay algo que hemos de recordar de Josefina y su historia, es “nada con exceso, todo con medida”. Y si eso no sirve para mantener un sano límite en nuestras noches de locura desmedida entonces recuerden: en China, los paramédicos no traen camilla. Y no, tampoco dentro de la ambulancia.

Una mexicana que fruta vendía

Así me encontraba yo, tirada a la jerga como un trapeador, sin reconocer mi mano derecha de la izquierda, o de un pie en mis peores momentos. Así me encontraba yo a una semana de hecha la apuesta y sin haber escrito nada. De pronto, en un momento de inesperada astucia, me escabullí al cuarto de la Bicha y le pedí prestados sin pedirle un par de libros en español, de esos que no abundan por estos rumbos.

Para empezar debo admitir, para mi vergüenza tal vez, que no le entendí mucho a Julio Cortázar, vergüenza oh dulce y pedorrísima vergüenza, sí vergüenza, tómame, lo sé. Pero por favor, si alguien siguiera paso a paso sus instrucciones para subir una escalera terminaría justo donde empezó, pero con la cabeza metida entre las nalgas de tanto dar vueltas hacia atrás.

Para mi sorpresa, fue el señor Fuentes quien vino a mi auxilio, en primer lugar, porque me salvó del tercer intento de leer “Los Pardaillan”, libro que jamás terminaré (“Oh, Juana, finalmente te apretujan mis brazos de semental sudoroso y apestoso”, “Oh, Francisco, mi dueño!”), y en segundo lugar, porque me regaló una bocanada de humo de incienso fresco, asqueroso y sofocante humo típico de las tumbas mexicanas, frescura en su máximo hedor. Ah, Carlitos que escribes en fallecida persona, que frescas son tú y tus naranjas.

Pero en fin, como iba yo diciendo, recibí un poco de ayuda de don Carlos y ahora estoy escribiendo, con fluidez y palabrotas, como debe de ser, y a cuatro cuentos de ganar la apuesta. Es durante un descanso de mis recuerdos e invenciones pícaras que he decidido empezar un pequeño blog en español, para no olvidarme tanto de las reglas de acentuación (hasta ahora voy muy bien), y no gracias al corrector de ortografía de Word 2010 (te amo, Palabra).

Así empiezo pues, jugueteando con los frijoles en mis bolsillos como Juanito y sus frijoles mágicos. ¿O era Tomás?