Sunday, March 27, 2011

Los Paramédicos

Primera historia proveniente de la colección "la apuesta".

Los Paramédicos

Josefina estaba a punto de graduarse de una licenciatura en chino. En el último año de su carrera encontró un espacio en un restaurante que le serviría como servicio social, necesario para su graduación. El restaurante era, como es necesario dar a entender para la mejor comprensión de la historia, muy elegante. De aquellos que compañías mandan cerrar para su exclusivo uso y pagan una cuenta de varios “wan”, es decir, varios diez miles.

Siendo extranjera, y estudiada en cultura china, Josefina fue bienvenida con los brazos abiertos. El trabajo le gustaba y eso la hacía aún mejor en sus deberes.

El gerente era una persona carismática e inteligente que manejaba siete idiomas, y lo más importante, cuando era absolutamente necesario, fío y calculador. Josefina se sentía la persona más afortunada del mundo al trabajar con tan admirable persona.

A los pocos meses de comenzar a trabajar en el restaurante, Josefina ya había visto mucho de lo que, casi todos ignoramos, pasa tras bambalinas mientras todos están cenando cómodamente. Situaciones que, si no son manejadas con mucha delicadeza, pueden costar al negocio uno o más clientes.

En esta ocasión, Josefina nos regala una divertida anécdota para compartir con los amigos, o en mi caso, para extrañar más a mi país en donde “esto no pasa”.

Una fría noche de invierno, la mitad del restaurante, que a partir de ahora y para evitar conjeturas, llamaremos “Restaurante Caro”, hacía de anfitrión a una compañía china-japonesa que celebraba algún gran evento. La otra mitad del restaurante, separada por una bonita cortina, estaba ocupada por el resto de los clientes de la noche. Los invitados de la compañía eran, en su mayoría, chinos muy bien vestidos y con modales impecables. En su minoría, sin embargo, uno que otro confundido que imaginemos, pensaba que estaba cenando en el Hot-Pot del vecindario.

Entrada ya la noche y tras varias rondas de cocteles, los invitados la pasaban de maravilla. Claro, después de haber matado el hambre de invierno con platillos de requesón, manteca y vino, y siendo vino lo que más abundaba, es fácil comprender la dicha. En cuanto al equipo encargado de mantener dicha dicha, no se diga más, hacían verdaderamente un excelente trabajo. Todo marchaba sobre ruedas.

O al parecer, así era.

Para los latinos que hemos compartido una velada con amigos y colegas chinos, es conocido que en cuanto a beber se trata, los chinos por lo general beben en potencias de diez sin importar cuándo y dónde. Es parte de la hospitalidad china. Los latinos reservamos nuestro “salud” para pronunciar una o dos veces en situaciones sociales, a menos claro, que nuestro objetivo sea terminar las reservas de alcohol del planeta, para lo cual nuestro “salud” viene y va de boca en boca. En “Restaurante Caro”, sin embargo, esto casi nunca sucede, ya que los invitados prefieren mantener la etiqueta a lo largo de la velada.

Pero basta ya de dar vueltas al asunto, volvamos a nuestro pobre confundido. Sí, aquel invitado que se embicaba las copas de vino sin soltar la botella con la otra mano, sirviéndose y al prójimo más cercano una vez vacío lo que en su cabeza era sin duda, un vasito de plástico (como los que te dan en el Hot-Pot).

Josefina observaba fría y calculadora, algo que había aprendido de su mentor el general-- el gerente. Los meseros presenciaban la escena entretenidos, despreocupados, sin imaginarse lo que nublaba la mente de Josefina, lo que ella sabía sucedería en cualquier momento…

Y sin más preámbulos, nuestro pobre confundido cae inconsciente sobre la mesa, inconfundiblemente borracho.

Lo siguiente sucedió en cámara lenta: al caer el confundido se produjo lo que se conoce como “el efecto dominó”. Una chica grita al ver el cuerpo inerte de su colega, tirando la copa de vino de la mano de la persona sentada junto a ella, quien al levantarse de un salto, golpea la silla del caballero sentado a su lado, quien al sentir la mínima pérdida de balance, devuelve toda la cena sobre su plato y el de la dama a su lado.

Lo siguiente sucedió en cámara rápida: el gerente, Josefina y cinco meseros pálidos como la nieve se abalanzan sobre las cortinas que separan las dos mitades del restaurante y las cierran de un jalón. Una vez hecho esto, regresan a su velocidad normal y se dirigen a atender a los confundidos. Para ocasiones como ésta, tenían ya ensayados tres pasos básicos de emergencia.

Primero, reparar los daños. Se trapea y se barre. Se cambian los cubiertos y manteles, se remueve el borracho de la mesa. Se prenden velitas.

Segundo, distraer la atención. Se coloca al borracho tras bambalinas, los invitados continúan con su velada, riendo con incomodidad. Se sirve el postre de helado y galletitas (a 150RMB el plato).

Tercero, lavarse las manos hasta que queden bien limpiecitas, es decir, se llama a la ambulancia, ¿Borrachos? ¿Cuáles borrachos? Aquí no pasó nada.

Josefina queda como encargada del pobre confundido mientras llegan los paramédicos y “Restaurante Caro” continúa siendo nada más que un restaurante caro sin eventualidades. Después de unos cinco minutos llegan los paramédicos.

Esto parecería ser el fin de nuestra velada en “Restaurante Caro”, de no ser por una sencilla cuestión. ¿Sabías que en China, los paramédicos no usan camillas? No, no lo sabías. Los paramédicos requerían de un mantel para llevarse al confundido a la ambulancia y Josefina incrédula, por primera vez en su vida, se dijo a sí misma algo que nunca jamás pensó diría: esto en México no pasa…

Los paramédicos envolvieron al pobre confundido en un mantel viejo y Josefina los acompañó al estacionamiento. Desafortunadamente habían estacionado la ambulancia frente a la entrada principal y fueron obligados a salir del edificio por la puerta trasera, algo sumamente obvio ya que cargaban entre ellos (uno mordiendo un cigarro encendido), a un hombre rebotando dentro de un mantel. Dicho desvío, sin embargo, los molestó. Al llegar al estacionamiento, los malhumorados paramédicos colocaron al hombre mantel en el piso y se fueron a recoger el vehículo. Josefina, que todavía no podía producir sonido alguno, se quedó a hacerle compañía al señor mantel mientras regresaban sus héroes al rescate.

Y aquí nos despedimos de Josefina y nuestro amigo confundido. Ha sido un placer compartir esta historia ajena con el frío ciberespacio, y recuerden, si hay algo que hemos de recordar de Josefina y su historia, es “nada con exceso, todo con medida”. Y si eso no sirve para mantener un sano límite en nuestras noches de locura desmedida entonces recuerden: en China, los paramédicos no traen camilla. Y no, tampoco dentro de la ambulancia.

No comments:

Post a Comment