Monday, April 4, 2011

El comercial

Julio era un carismático venezolano estudiando chino en Shanghái. Sus tardes libres las pasaba haciendo planas de nuevos caracteres chinos y jugando basquetbol con algunos compañeros del campus. La vida fue buena con Julio, además de ser un buen estudiante y gran amigo era, cabe mencionar, pura carita.

Es gracias a su atractivo físico que en alguna ocasión, una compañera le propuso una manera de hacer dinero fácil y rápido. Y no, no era ser acompañante.

Un dato poco conocido por los expatriados en Shanghái es que, como extranjero, es muy fácil conseguir un trabajo de modelo o extra en comerciales, películas y anuncios publicitarios. Lo único que tienes que hacer es tener buen oído y hacerte de amigas chismosas. O bien registrarte en una agencia. (El requisito de belleza física no es necesario mencionar ya que de mi aquí a tu allá, pura hermosura). En el caso de Julio, la primera opción bastó. A los pocos días se encontraba en camino a un estudio fotográfico en las afueras de la ciudad, vistiendo su mejor camisa y encantando hasta al mismísimo taxista.

Una vez en el estudio, Julio fue recibido por una amigable china con mal inglés y su ayudante. “Por aquí, gracias. Por allá, gracias. Aquí gracias, fotografía, gracias”. Tras unas cortinas, Julio fue llevado a un amplio salón de juntas en donde para su sorpresa, esperaban tres guapas extranjeras de procedencia europea, y una de ellas sería la afortunada elegida para compartir foco con Julio en el comercial. Tras una corta ronda de saludos y presentaciones, la china traductora que no hablaba inglés se propuso a explicarles la idea del comercial.

“Es para una compañía que hace y distribuye muebles en el país. Necesitan dos extranjeros blancos que a vender ayuden los muebles para la compañía, necesitan dos extranjeros que bailar puedan, gusta bailar salsa, por favor, por aquí, vestidos, maquillaje, gracias”. La idea no fue difícil de entender, necesitan dos extranjeros que bailen salsa para vender muebles. El hecho de que la idea era pésima no preocupó mucho a Julio, la paga era buena y las chicas estaban muy guapas. Sería un buen día.

Una vez vestidos y maquillados, fueron llevados uno por uno a hacer una prueba de lentes para las cámaras. “Aquí pararse, gracias, por favor, cámara, piensa en agua, piensa en gran afuera, hay agua, hay montañas, mucha paz, por favor, gracias”. Julio pensó en agua, pensó en gran afuera y en montañas, hizo su mayor esfuerzo para no parecer confundido. Fue todo un éxito. Una hora después, cuando la prueba con las chicas había terminado, Julio fue llamado una vez más al centro de las luces en dónde una linda italiana lo esperaba con un vestido que parecía más bien de lechera holandesa.

“Gracias, por favor, ahora baila salsa, caliente muy caliente, pero respetuoso, cerca pero lejano, gracias, por favor”.

Julio no dejó ver el gran signo de interrogación plantado en su frente y con mucha destreza y agilidad comenzó a tararear una melodía y a moverse un rico ritmo de salsa, la linda italiana lo imitó sin problemas y casi inmediatamente gritaron “Corte”.

“Por favor, baila salsa, entiende salsa, caliente, gracias”.

“Pero, disculpe, así se baila salsa, esto es salsa” dijo Julio, un poco ofendido por
la interrupción y el intento fallido de aclaración. “No, no, queremos salsa, usted entiende, salsa es caliente, es sexy, la chica necesita bailar el vestido”. “¿Bailar el—que?”, “El vestido, bailar, mucho aire, gran afuera, viento y montaña, salsa caliente, gracias”.

El director, que hasta ahora había permanecido sentado en las sombras detrás de las cámaras hizo su aparición gritando como verdulero, aparentemente cansado de la falta de profesionalidad por parte de los actores. Julio, quien manejaba un chino decente, logró entender algunas palabras como “inútil”, “pasto”, “esto no es un juego”, “pasto”, “dice que es latino y no sabe bailar salsa” y algo que sonaba muy parecido a “pasto”.

Así continuaron sin éxito, bailando y cortando durante el siguiente cuarto de hora, cambiando de pareja de baile para Julio para ver si así se resolvía el problema, bailando y cortando nuevamente.

“Por favor, vamos a una vez más, nosotros ayudamos, con las manos, vamos, gracias”. Una vez más, va de nuevo, acción. De pronto, mientras Julio se preparaba para mejorar sus pasos de salsa, los chinos del equipo de grabación comenzaron a aplaudir a destiempo, algo muy molesto, bastante inútil y que únicamente lograba distraer a los extranjeros.

“Perdone señorita, esto de aplaudir, en realidad no es necesario, yo sé muy bien cómo bailar salsa, si me permite intentarlo una vez más…” inquirió Julio pero fue inmediatamente interrumpido por algo que no podía ser otra cosa que la palabra “pasto”. “Gracias, no, director piensa que su salsa no es caliente, director necesita que ustedes miren una película, así queremos salsa, caliente”, y la traductora los acompañó de vuelta al salón de juntas en donde conectaron una computadora portátil al proyector y comenzaron a pasarles una escena robada de una película.

¿Qué película era esta, me preguntan hermanos de la incertidumbre? Yo les contestaré, era la escena del baile en el patio del clásico de Antonio Banderas “El Zorro” en donde, así es amigos míos, definitivamente no están bailando salsa.

“Así, así queremos, salsa caliente, entiende ahora, por favor, gracias, vamos a bailar salsa”.

Indignado, enfurecido, ofendido y horrorizado, Julio levantó los puños al cielo. “Te odio Antonio” gritó, antes de voltear a ver a la amable traductora, “Esto NO es salsa, esto ni si quiera es paso doble, ni si quiera es tango, es una mezcla sin gracia de dos actores que no saben bailar, ¡Esto NO es salsa!”.

“Pasto” se escuchó gritar a alguien de vuelta en el estudio. “Si, así por favor, la compañía necesita baile así, para muebles vender bien, si por favor, imitar puede, gracias nosotros aplaudimos”.

“¡Tampoco es flamenco!” gritó desesperado nuestro héroe venezolano.

“Gracias, sí, flamenco también, todo junto, así como Antonio, bailemos como Antonio, es caliente” “¡Pasto!” se escuchó a lo lejos.

Julio pensó en el dinero, se concentró lo más fuerte que pudo en la dulce cara de Mao que pronto llenaría sus bolsillos y se tragó todo su orgullo latino. Vamos, como Antonio, pues. Una vez elegida la europea, la linda italiana, Julio continuó con su trabajo, imitando a Antonio como mejor le daba a entender su confundido cerebro y sus cansadas piernas.

“Bien, así, muy bien, gusta mucho, mucho caliente, vamos bien, es caliente, gracias, mucho gusta, por favor”.

Como tacos de berenjenas agridulces, como pique macho con jengibre, como buen corte de carne como plato compartido al centro de la mesa y tres chinas queriendo mordisquearlo con palillos, como comerse la sopa después del guisado, como ponerle mayonesa a la fruta en lugar de yogurt, como salsa-flamenco-tango-hollywood-paso doble, Julio vio claramente el resultado de la mezcla china y latina, no sabiendo sin sentir miedo, tristeza o una risa insoportable, pensó en los restaurantes chinos en Latinoamérica dónde seguramente sirven tortillas en lugar de arroz, Mirinda en lugar de té, arroz con leche en lugar de frijoles dulces y dónde las personas le ponen salsa habanera a los tallarines y salsa agridulce al arroz frito.

La venganza es dulce. Es agridulce. Con los bolsillos llenos y el corazón ligero, Julio pasó todo el día siguiente saludando de beso a todas las chinas con las que se topaba, dando fuertes apretones de mano a todos los chinos que saludaba y pidiendo azúcar para endulzar el té que le ofrecían.

Gracias Antonio, pensó Julio, me has dado una razón más para ser feliz, en este momento algún chino en Venezuela ha de estar filmando un comercial en el que le piden que haga kung-fu como hacían los samuráis y gritando “pasto”.

Buscando casa

Somos muchos los latinos que formamos parte de la comunidad de expatriados en Shanghái. La gran mayoría nos hemos visto en la necesidad de rentar un departamento. Pocos de nosotros, sin embargo, lo hemos tenido que hacer “a mano”.

A continuación presento una pequeña colección de anécdotas, cortesía de algunos estudiantes de chino y empleados enviados a la gran ciudad desde su país nativo, sobre la experiencia de rentar un departamento de chinos.

Carlos:
Era una situación de extrema urgencia, la visa de estudiante de Carlos terminaba pronto y necesitaba un documento que sólo podría tramitar después de haberse registrado en la oficina de policía más cercana, y para eso, era necesario un contrato de renta de departamento. A través de una agencia de bienes raíces, Carlos se aventuró en la jungla de edificios buscando un lindo lugar para llamar hogar. Al entrar al primer departamento del día, Carlos estaba casi convencido. Era amplio y acogedor, tenía una linda vista y el precio era menor a su presupuesto. A punto estaba de aceptar cuando al entrar a la recámara vio que el esqueleto metálico de la cama sin colchón tenía un gran agujero en el centro. El agente de bienes raíces le aseguró, sin embargo, que una vez comprado el colchón, el hoyo ni se sentiría. Le explicó que el casero, para ahorrarse un dinerito, había comprado todos los muebles de segunda mano a un hospital en remodelación. Las mesas, las sillas, los sillones y la cama provenían de los cuartos de pacientes sin posibilidad de levantarse y con repentinas ganas de ir al baño cada diez minutos.

María:
Después de haber visitado por lo menos diez departamentos en un solo día, María estaba exhausta y no quería saber más del asunto, pero accedió a visitar uno más que el agente de bienes raíces recomendaba altamente. La casera misma les abrió la puerta y los acompañó al recorrido mandatorio de las habitaciones para mejor vender su inversión. Lamentablemente para la casera y sus intenciones, casi todos los muebles del departamento estaban rotos o desmoronándose. La mesita de la sala, María estaba segura, se colapsaría al colocar encima la más ligera de las revistas, a lo que la casera contestó con un “Pues hija no pongas nada encima y ya”. La recámara no tenía aire acondicionado o calefacción, a lo cual la casera contestó con un “Pues hija cuando haga calor no te pongas mucha ropa y cuando tengas frío no te quites el abrigo y ya”. Las puertas del clóset no abrían bien y una vez abiertas, se atoraban y era imposible abrirlas nuevamente, a lo que la casera contestó con un “Pues hija, cuando te mudes nada más no saques tu ropa de las maletas, pero no pongas las maletas sobre la cómoda porque tiene una pata floja y se puede desmoronar”.

Rubén y Georgina:
Eran una linda pareja de mexicanos que se mudaban a China para aprender el idioma y así perfeccionar su perfil profesional de licenciados en comercio internacional. Que sensacional. Con un corto presupuesto pero muchas ganas de comenzar su nueva vida, la pareja se decidió en rentar un humilde departamento que requeriría de muchas renovaciones, pero estaban felices. A la hora de firmar el contrato y llegar a un acuerdo final con el casero, Rubén y Georgina se sorprendieron al ver que el agente de bienes raíces, al parecer, pretendía escribir el contrato completo y dos “copias originales” a mano, tarea que le llevó poco más de dos horas completar, y finalmente, justo antes de que todos firmaran, informó a la pareja que ahora lo único que necesitaban era pagar dos meses de renta como depósito, tres meses de renta como adelanto, el 35% de un mes de renta como tarifa de la agencia, más los gastos de transporte y un pequeño deducible para su comisión. Además de que el casero se había tomado la libertad de comprarles una vajilla nueva y un juego de sábanas amarillas con estampados de ovejitas de caricatura espantosas que les pretendía cobrar con precio de importación. Rubén y Georgina se despidieron amablemente y salieron de la agencia derechito a los dormitorios de la universidad.

Jorge y Moisés:
Dos nuevos amigos, un argentino y un español, decidieron mudarse fuera de los dormitorios de la universidad para tener mayores libertades y más espacio personal. En la búsqueda de departamentos se toparon con uno que, si no logró que se arrepintieran de la idea, sin duda los hizo pensar dos veces antes de tomar la decisión final. Tras un largo día de visitas a edificios extraños, el agente de bienes raíces que habían encontrado a la carrera los llevó al piso 13 de un edificio casi en ruinas. Al abrir la puerta lo primero que vieron fue un gran letrero en chino hecho con letras de unicel pegado a la pared que leía el nombre de alguna compañía que sin dudas, había quebrado. “Ah sí, el departamento solía ser una oficina, en realidad no tiene recámaras, pero el casero está dispuesto a poner una cama en cada habitación”. El yeso de las paredes estaba regado por todo el suelo y pedazos del techo se habían caído ya, focos colgaban como tristes adornos navideños olvidados y el olor a gato reinaba. “Es que ha estado desocupado un largo tiempo, pero no se preocupen, el casero está dispuesto a darle una limpiadita, un par de focos nuevos y listo, como nuevo”. Al llegar a la cocina, sin embargo, Jorge y Moisés notaron un extraño patrón de manchas marrones a lo largo del piso y hasta la pared. “Ah sí, eso no es sangre, no lo es, no señor”. Los dos amigos salieron corriendo del edificio a buscar el Century 21 más cercano.

Las Cubetas de Ming

Claudia compartía departamento con una chinita llamada Ming, las razones por las cuales decidieron vivir juntas eran en su mayoría, económicas, aunque Ming disfrutaba de practicar su inglés con Claudia quien al mismo tiempo, practicaba su chino con Ming. A pesar de su distinta procedencia (China y Ecuador), y de no tener mucho en común, la convivencia nunca fue mala.

Ming, sin embargo, tenía una costumbre que Claudia no lograba comprender y, para ser franca, le molestaba un poco: Ming se metía al baño con dos cubetas pequeñas cada vez que tomaba una ducha y al salir, todo el piso del baño quedaba inundado formando un pequeño charco que encantaría a una docena de patitos. Cada vez que Claudia entraba al baño después de Ming era recibida con un sonido encharcado que empapaba sus pantuflas de rinoceronte.

Un dato curioso sobre el baño que compartían era que tenía tres lavabos, uno dentro de la regadera, uno bajo el espejo y otro junto a la puerta. La razón, desconocida. Tal vez el arquitecto tenía una visión vanguardista, tal vez era un maniaco de la limpieza. Tal vez era pez. La realidad era que tenían tres lavabos y Claudia no sabía qué hacer con ellos. Aparentemente Ming tampoco, si además necesitaba el apoyo de dos cubetas de plástico para mejor cuidar su higiene personal.

El porqué de las cubetas era un misterio para Claudia y cada teoría que se le ocurría era más improbable que la anterior. ¿Acaso lavará su ropa en la regadera? ¿Será para remojar sus calcetines? ¿Por qué siempre queda el piso empapado? Tal vez se remoja los pies mientras se lava los dientes. Tal vez es acuario. Quién sabe. Claudia nunca tuvo el valor de preguntarle, para cuestiones personales era muy reservada. Recordaba con horror aquél día en que Ming le preguntó para qué servía un tampón: “Es que en la escuela no nos enseñan eso y mi mamá siempre decía que donde no pega el sol no caben preguntas”.

Muchas veces rumbo a la escuela, Claudia pasaba frente a unidades habitacionales muy humildes, en donde las personas se acuclillaban frente a llaves de agua con cubetas y se ponían a tallar su ropa en las banquetas. ¿Acaso eso es lo que hacía Ming? Tallar su ropa en el piso del baño, podría tener sentido. Pero no, ellas tenían lavadora y Ming compraba detergente por toneladas y parecía beberse el suavizante.
En alguna ocasión caminando frente a un mercado Claudia notó varios chinos con cubetas llenas de pescados y tortugas vivas, pero no, eso definitivamente no podría ser. ¿O será que…? No, definitivamente no.

Los años pasaron y las chicas se despidieron, Claudia nunca le preguntó a Ming sobre las cubetas y su curiosidad disminuyó lentamente hasta desaparecer por completo.
Muchos años después, ya graduada y trabajando, Claudia conoció a un agradable chino llamado Cai, quien durante una conversación sobre diferencias culturales tocó el tema de las cubetas para bañarse. “Por favor, explícamelo todo ya”.

Los chinos hasta hace unos años no tenían regaderas, no conocían lo que era darse un baño, la manera de limpiar su cuerpo era con cubetas y telas que usaban para trapearse la mugre. Suena poco práctico, lo sé, pero era la costumbre. Cuando aparecieron las regaderas a muchos les pareció una manera increíble de gastar agua, la posición era demasiado erguida y se sentían en evidencia. Yo creo que tu amiga Ming creció acostumbrada a bañarse en cuclillas, y de ser así, lo más probable es que lo hiciera fuera de la regadera, en donde supongo, habría más espacio para las cubetas.

Así fue resuelto el misterio, lo que Claudia pensaba era una falta de respeto por parte de su compañera de departamento era más bien, una más de aquellas costumbres chinas que no dejan de sorprender a su humilde narrador. Una manera de ahorrar agua.
“Y yo que pensaba, después de todos estos años, que sólo eran ganas de chingar”.
Amigos, si su compañero de departamento se mete al baño con cubetas, no desesperen, la cuenta de agua llegará barata. Ahora que si su compañero de departamento talla su ropa en el piso del baño, o se remoja los pies mientras se lava los dientes, o gusta de poseer mascotas marinas, entonces no es una diferencia cultural. Son sólo ganas de chingar.