Sunday, March 27, 2011

Una mexicana que fruta vendía

Así me encontraba yo, tirada a la jerga como un trapeador, sin reconocer mi mano derecha de la izquierda, o de un pie en mis peores momentos. Así me encontraba yo a una semana de hecha la apuesta y sin haber escrito nada. De pronto, en un momento de inesperada astucia, me escabullí al cuarto de la Bicha y le pedí prestados sin pedirle un par de libros en español, de esos que no abundan por estos rumbos.

Para empezar debo admitir, para mi vergüenza tal vez, que no le entendí mucho a Julio Cortázar, vergüenza oh dulce y pedorrísima vergüenza, sí vergüenza, tómame, lo sé. Pero por favor, si alguien siguiera paso a paso sus instrucciones para subir una escalera terminaría justo donde empezó, pero con la cabeza metida entre las nalgas de tanto dar vueltas hacia atrás.

Para mi sorpresa, fue el señor Fuentes quien vino a mi auxilio, en primer lugar, porque me salvó del tercer intento de leer “Los Pardaillan”, libro que jamás terminaré (“Oh, Juana, finalmente te apretujan mis brazos de semental sudoroso y apestoso”, “Oh, Francisco, mi dueño!”), y en segundo lugar, porque me regaló una bocanada de humo de incienso fresco, asqueroso y sofocante humo típico de las tumbas mexicanas, frescura en su máximo hedor. Ah, Carlitos que escribes en fallecida persona, que frescas son tú y tus naranjas.

Pero en fin, como iba yo diciendo, recibí un poco de ayuda de don Carlos y ahora estoy escribiendo, con fluidez y palabrotas, como debe de ser, y a cuatro cuentos de ganar la apuesta. Es durante un descanso de mis recuerdos e invenciones pícaras que he decidido empezar un pequeño blog en español, para no olvidarme tanto de las reglas de acentuación (hasta ahora voy muy bien), y no gracias al corrector de ortografía de Word 2010 (te amo, Palabra).

Así empiezo pues, jugueteando con los frijoles en mis bolsillos como Juanito y sus frijoles mágicos. ¿O era Tomás?

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